En los últimos 30 años, la incidencia del cáncer de riñón no ha dejado de aumentar. De hecho, de 1975 a la actualidad se ha duplicado el número de casos que se detecta actualmente: de los siete casos por 100.000 habitantes de entonces a los doce en 2006.
Aunque puede manifestarse en cualquier etapa de la vida, el pico de incidencia se localiza entre los 50 y 75 años. «Esta incidencia creciente tiene su origen en que la tasa de detección es ahora mayor, pero también lo son los factores de riesgo ».
Es el caso del tabaco, que puede incrementar hasta en un 35 por ciento el riesgo de desarrollar este tumor. Además, deben tenerse en cuenta los factores de riesgo asociados a la dieta, estilos de vida y determinadas condiciones laborales y ambientales.
Así, los especialistas señalan que las personas que trabajan habitualmente con pinturas, disolventes o sustancias como el cadmio o el asbesto, propios de industrias como la del automóvil, están en contacto con factores cancerígenos que pueden aumentar las posibilidades de sufrir cáncer renal.
Un diagnóstico precoz
Gracias a los nuevos avances en las técnicas de imagen, en el 70 por ciento de los casos el tumor se diagnostica en fases tempranas en las que aún es posible la curación. Su detección suele ser casual y motivada por una exploración médica originada por otra dolencia.
No obstante, los expertos advierten que la detección precoz no es fácil, ya que la sintomatología (presencia de sangre en la orina, dolores, pérdida de peso, sensación de haber desarrollado una masa, etc.) suele manifestarse cuando el tumor ya ha adquirido un gran volumen. La mayor o menor supervivencia del paciente dependerá de la fase en que se detecte la enfermedad y de la gravedad de la lesión local en el momento del diagnóstico.
Así, cuando el tumor está confinado al riñón y es menor de 7 centímetros, en más de un 90 por ciento de los casos el paciente vive al cabo de cinco años. Si el tumor se extiende más allá del riñón, la supervivencia a los cinco años oscila entre el 40 y el 70 por ciento. Cuando se produce metástasis a los cinco años, sobrevive entre un 10 y un 20 por ciento de los pacientes.
En lo que al tratamiento se refiere, los expertos explican que habitualmente se recomienda la extirpación quirúrgica del riñón o parte de él (nefrectomía). En el caso de tumores localizados y menores de cuatro centímetros, se suele realizar. Con las nuevas técnicas, se han incrementado las indicaciones de las nefrectomías parciales o tumorectomía (extirpación sólo del tumor) bien por cirugía abierta o bien por laparoscopia.
Para el cáncer de riñón metastático, hasta hace poco sólo se contaba con agentes biológicos modificadores de la respuesta inmune. «En fases avanzadas, la cirugía es insuficiente y es preciso entonces un tratamiento adyuvante con estos medicamentos inmunoterápicos por vía subcutánea». Sin embargo, en estas fases, la respuesta a estos tratamientos no va más allá de un 15 o un 25 por ciento. De ahí la necesidad de identifi car y desarrollar nuevas moléculas que sean capaces de frenar la metástasis.
Una de las líneas en las que se está trabajando en la actualidad viene de la mano de los tratamientos antiangiogénicos, que impiden la formación de vasos sanguíneos que alimentan el tumor. Esta estrategia permite reducir el riesgo de metástasis si la enfermedad no está tan avanzada. Además, si se combina con inmunoterapia podría mejorar la supervivencia e incluso la tasa de curación de muchos pacientes.