La palabra es la vía principal de comunicación entre nosotros. Y aunque podríamos sospechar por qué, se nos ha enseñado a dudar del lenguaje corporal. Sin embargo, todos sabemos en los más profundo de nuestro ser, que los ojos y los gestos dicen cosas que, en muchas ocasiones, poco o nada tienen que ver con lo que se verbaliza. Muchos profesionales desarrollan el arte de mentir al punto de movilizar masas en beneficio suyo.
Las excusas, los rodeos, la terminología rimbombante, las promesas sin sentido, la voz grave y las frases contundentes son formas habituales de echar balones fuera, de confundir a quien escucha y de sacar partido de una situación. Y sea por genética humana o por imitación, mentimos desde niños por miedo, por protegernos, por pudor o para beneficiarnos de algo.
Esta sociedad, hija de las anteriores, da por hecho y sabe que lo que se nos enseña, se nos informa y se nos promete está fundamentado en lo que se nos oculta, se nos confunde y en lo que nunca sabremos ni disfrutaremos.
Esta forma de vivir instalada en el mundo deja una estela de cuya inercia difícilmente escapamos. Estamos tan acostumbrados a ello que necesitamos esforzarnos para evitar el contagio en nuestro universo particular. Pareciera que el disimulo, el camuflaje, el excusar, aparentar o fingir mediante las palabras fuera lo más natural para ocultar la verdad, y como tal lo aceptamos.
Por eso éste medio de entendimiento, siendo el más utilizado, es también el causante de las disensiones, los altercados, discordias, separaciones y conflictos de todo tipo entre personas. Las palabras siendo bálsamo, belleza y expresión de los sentimientos más hermosos del ser humano, pueden ser el parapeto tras el que ocultar nuestras taimadas intenciones, el dulce que disimula el veneno de la envidia o la bonita fachada que cubre nuestras viejas heridas.
Todos hemos sabido del dolor del alma de quienes aseguran ser felices, porque su cara o sus manos les delatan. Hemos visto sonrojo, celos, ira o amor en los ojos de quienes aseguraban lo contrario. Nuestro cuerpo emite realidades que nuestra voz, muchas veces, encubre.
Las miradas, los gestos, el semblante o el cuerpo en su conjunto todavía se expresan con un lenguaje propio que aún escapan a las formas disimuladas de nuestro consciente y, a propósito, hablando de lenguaje corporal, dice el Dr. Edward Bach que el cuerpo manifiesta lo que hay en el interior de la persona. Una de las ventajas de su sistema floral, es que podemos conocer nuestras emociones más ocultas a través de las dolencias del cuerpo.
Los estudios y observaciones realizados durante años sobre los postulados del Dr. Bach confirman que la mayor parte de afectaciones externas en nuestro cuerpo son la expresión de las emociones que las nutre. Habiéndose identificado la relación directa entre pensamientos o emociones negativos y dolencia concreta. También se ha observado, a lo largo del tiempo y con numerosos pacientes, que a cada parte del cuerpo le correspondería una flor de Bach.
Cuando esta zona se resiente encontrará alivio con la aplicación externa de su flor correspondiente. Ésta flor determinaría cual es la emoción causante del sufrimiento, y si la persona que lo padece se sincerase, aparte de beneficiarse de la terapia floral, descubriríamos que aunque las palabras puedan confundirnos, el lenguaje del cuerpo no.
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Miguel Peña | Fisioterapia y Osteopatía Granada, en Calle Camino de Ronda nº46 1ºE, 18004 Granada. Teléfono 606 61 05 16